
Después de desencadenarse la crisis a finales de 2008, las autoridades económicas mundiales aunaron esfuerzos para actuar con un propósito común. Estos esfuerzos nos salvaron de una segunda Gran Depresión, al respaldar el crecimiento, combatir la esclerosis de las arterias financieras, rechazar el proteccionismo y proporcionar recursos al Fondo Monetario Internacional. Ahora es el momento de reavivar ese espíritu, no solo para evitar el riesgo de una doble recesión, sino también para que el mundo retome la senda de un crecimiento vigoroso, sostenido y equilibrado.
La situación actual es diferente de la de 2008. En esos momentos, la incertidumbre se derivaba de la mala salud de las instituciones financieras. Ahora, se deriva de las dudas que plantea la salud de los deudores soberanos y la espinosa interacción negativa con los bancos. Entonces, la respuesta fue una orientación acomodaticia sin precedentes de la política monetaria, respaldo directo al sector financiero y una dosis de estímulo fiscal. Ahora la política monetaria está más limitada, nuevamente deberán abordarse problemas bancarios y la crisis ha dejado un legado de deuda pública que, en promedio, es aproximadamente 30 puntos porcentuales mayor, como proporción del producto interno bruto, en los países avanzados.
No hay respuestas fáciles. Pero esto no significa que no haya opciones. Las economías avanzadas tienen la necesidad inequívoca de restablecer la sostenibilidad fiscal mediante planes de consolidación creíbles. Al mismo tiempo, sabemos que apretar los frenos con demasiada rapidez dañará la recuperación y empeorará las perspectivas de empleo. Por lo tanto, el ajuste fiscal debe resolver el dilema de no ser demasiado lento.
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